viernes, julio 29, 2011

Enjoy New Zealand

Traveler IQ



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lunes, marzo 07, 2011

Hablemos de Australia

Por qué nos gustó tanto Melbourne…mmmm… veníamos de un mundo de naturaleza infinita donde todo era verde y montañoso, y pasamos a todo lo contrario (casi cuatro millones de habitantes) pero progresando adecuadamente. Las ciudades de Nueva Zelanda no tienen nada especial, en general todas son insulsas y están construidas por y para los coches (salvando Wellington). Así que supongo que, sin darnos cuenta, había sed de city y caímos en Melbourne. Su centro neurálgico, coronado por Federation Square, está vivo, sientes que pasan cosas, lleno de gente de todo tipo y de todas partes del mundo. A un lado la estación de trenes, al otro la catedral, y al otro tres museos imponentes. Su río Yarra cuadrado por bellos paseos y pasarelas intermitentes le dan ese “touch” final que nos cautivó. Además, Melbourne está lleno de diseño, esculturas a la vuelta de cualquier esquina y arquitectura bonita, mezcla acertada de lo viejo con lo nuevo.
Sus ciudadanos van en tranvía, son cosmopolitas y nos atreveríamos a decir que guapos en general, bastante altos e inesperadamente “fashion”.Quizás St Kilda, un barrio popular por bohemio al lado de la playa de la ciudad, es la parte que más expectativas crea sin cumplirlas del todo… no como Bondi Beach, la súper playa de Sídney con increíbles piscinas construidas en la roca a cada lado y llena de buscadores de olas tabla de surf bajo el brazo corriendo al lado de los quads de los salvavidas. Las arenas por esta parte del mundo son de color de pan y las aguas están en general bastante revueltas, paraíso de surfers.
Sídney es diferente, da la sensación de ser mucho más grande, aunque no sea así. Su centro vital es gigante, plagado de rascacielos, tráfico y monorraíles a unos metros sobre nuestras cabezas.
 Quizás posee ese desorden de gran ciudad que la convierte en inabarcable y caótica. Pero no nos dimos por vencidos y nos la pateamos hasta donde nos dejó el cansancio. Entonces empezamos a descubrir rincones, callejuelas y barrios con magia como The Glebe, The Rocks, Woolloomoolloo (probablemente la única palabra en el mundo con ocho oes) o King Cross.
Sin embargo, tras diez días de urbe amanecimos un poco saturados y nos largamos al campo. Destino, Katoomba, pueblo al pie de las Blue Mountains o Montañas Azules dada la cantidad de eucaliptos que pueblan la zona cuyas hojas emiten unas partículas azuladas que inundan los fondos. Es un sitio muy popular donde vale la pena perderse durante unas horas por los senderos de sus bosques fluviales atiborrados de cascadas, escaleras, cuestas, miradores, puentes y escondrijos monopolizados por el musgo donde los árboles tienen pelos y la piedras son de peluche ¡je, je!.

Dieciséis horas después llegamos a Brisbane, nos hacemos viejos para meterle al cuerpo tanta caña en un autobús… habrá que hacerse rico para ir en avión a todos lados… hasta entonces bienvenidas seáis tortícolis y otras dolencias. En cualquier caso la capital de Queensland no tiene nada especial (no fotos), ciudad con rascacielos y río gordo recién desenterrada de las inundaciones de hace dos meses . La anécdota fue que comimos carne de canguro… ya que no pudimos ver ninguno ¡nos lo zampamos! (gracias naturaleza por ponernos en la cúspide de la cadena alimenticia). Y, a pesar de que en este país nos quedaron muuuuchas cosas por ver, nos fuimos, porque tenía que ser así… como reza la canción del Dúo Dinámico “el final del verano llegó y tú partirás…”; ¡pero volveremos!


martes, febrero 22, 2011

Oda a Maribel y "por todos mis compañeros"

Después de darle muchas vueltas y tras descubrir que el tema del visado para trabajar estaba más que imposible, decidimos darle otra oportunidad a Nueva Zelanda alargando nuestra visa de turista tres meses más. Quizás se diera el milagro y Peter Jackson nos llamaba... o no.
En cualquier caso, había que conocer ese país increíble de cabo a rabo. Nuestra primera opción era alquilar un coche, comprar una tienda de campaña y lanzarnos a la aventura. La segunda y más atractiva se decantaba por una autocaravana, pero estaba fuera de presupuesto. Finalmente nos decidimos por comprar una furgo dado lo amplio del mercado de vehículos de segunda mano que hay en NZ.
Dimos con Maribel un poco de casualidad, habíamos visto muchas carracas con trillones de años y todos los kilómetros a precios desorbitados. Maribel estaba en el mismo rango en cuanto a kilómetros y vejez pero nos la dejaron a buen precio... así que tiramos de equipamiento "campista-dominguero" y comenzamos un viaje de dos meses largos por todo el país durmiendo a veces en campings, a veces en albergues y a veces en medio del camino.

Nuestro recorrido empezó con Gabriele, un italiano que estaba dándose una vuelta por Nueva Zelanda en busca del sentido de la vida, lo conocimos en la escuela de inglés en Wellington y enseguida hicimos buenas migas. Juntos vimos la mayoría de la isla norte de abajo a arriba, sus volcanes, geisers, verdes valles y ovejas mil. Juntos conocimos a Vered y a Maaike.

La primera, una israelí de semi año sabático disfrutando de unas buenas vacaciones que conocimos en Taupo; la segunda de Holanda, de camino a Australia con una visa de trabajo por un año... su inglés era para echarse a llorar ¡je, je! con Maaike coincidimos en Napier, Paihia y finalmente en Auckland.
Ya casi al final nos encontramos a Matthias, un alemán encantador que quería aprender a hacer surf en Raglan... estaba dando la vuelta al mundo raudo y veloz antes de seguir con su vida en Munich.
El 4 de enero, Kike y Elena aterrizan en Nueva Zelanda y se nos unen tres días más tarde para bajar en busca de las mil y una maravillas de la isla sur. Nos habían hablado muy bien de esta parte del país y sin duda en seguida se convirtió en nuestra preferida por sus altos picos nevados que a Maribel tanto le costaba subir, por sus carreteras al borde de acatilados, por sus glaciares y sus fiordos... y por alguna que otra maravilla que no nos dio tiempo a ver... para la próxima ¡porque habrá una próxima! dentro de una tacada de años, así que a todo aquel que quiera unirse ¡que vaya ahorrando!

La primera noche que dormimos en la furgo fue bastante rara, el cubículo aunque amplio no dejaba de ser pequeño y con poca sensación de seguridad; pero a partir de la segunda, roncamos como bebés bronquíticos ¡je,je!. Es indescriptible el momento de despertarse, descorrer las cortinas y descubrir el paisaje... o abrir el techo solar y domirse bajo un racimo de estrellas... montar el camping gas y cocinarte un poco de pasta o hervir el café por las mañanas en el merendero más cercano de camino al siguiente destino son estupideces que recordaremos el resto de nuestras vidas.
Por supuesto, también tiene sus inconvenientes, en Auckland Maribel se nos quedó sin agua. ¿Qué me dijo mi madre cuando empezamos el viaje? "de vez en cuando mirad el agua"; ¿qué nos dijo el mecánico que le hizo la puesta a punto en Wellington? "de vez en cuando chequead el agua", ¿qué hicimos nosotros? ¿no mirar el agua? ¡premio para la señorita de los pelos largos y para el chaval de las barbas! Así que nos gastamos en el arreglo más o menos lo mismo que nos había costado... porque si entenderse con un mecánico en español es complicado, en inglés ni te cuento!!!!! así nos enteramos de que en realidad a nuestra querida Maribel le funcionaban solo tres de los cuatro cilindros que suponíamos que tenía y aprendimos un montón acerca del sistema de refrigeración de una Nissan Serena... eso sí, en ingles. Por otro lado, los coches viejos consumen una barbaridad y maribel tenía sed... mucha, muuuucha sed ¡siempre! ¡je, je!
Revenderla también fue tarea ardua y complicada porque nuestro periplo terminaba en donde termina todo hijo de vecino, en Chirstchurch. Así que allí estábamos todos juntos intentando vender nuestros bugas donde apenas había compradores. Esperamos unos días, bajamos el precio, nos desesperamos, bajamos más el precio, la llevamos a una subasta y finalmente se la encasquetamos al mejor postor que resultó ser un taller mecánico que revendía los vehículos en Auckland, ciudad donde todos los mochileros aterrizan ávidos de aventuras y con los bolsillos repletos de petrodólares dispuestos a invertir en furgonetas de segunda mano... Habían pasado diez días y nos queríamos ir a Australia, asíque cogimos el dinero, le dijimos adios a Maribel y nos fuimos directos al aeropuerto. Hoy nos hemos enterado de que otro terremoto ha azotado Christchurch, y nos preguntamos qué habrá sido de Maribel... aunque sea lo menos importante.

Como decía, la vida del hippie zarrapastroso no está nada mal, nos habituamos a ella con una facilidad que a día de hoy nos da qué pensar ¡je, je! pero Nueva Zelanda está muy bien equipada para esta práctica. El gobierno tiene campings del departamento de conservación repartidos por todo el país que son muy baratos y que están plantados en medio de reservas naturales aunque la mayoría cuentan con lo básico que es baño y barbacoa ¡je, je! Además muchas ciudades y pueblos grandes tienen duchas a dolar al lado de los centros de información. Incluso en los albergues nos hacían un hueco en su parking con derecho a baño y cocina por un más que módico precio. Lo peor, los mosquitos de la isla norte y las moscas de la arena de la isla sur que aunque enanas se te comen enterito en un periquete. Un truco: listerine bucal, algo pegajoso pero las mantiene a raya durante un rato. Aún a día de hoy, nuestras pantorrilas llenas de marcas dan fe del pasado campestre y es que rascarse es todo un placer ¡je,je!

 En Wellington hicimos muy buenos amigos, dejamos algunas imágenes en las que seguramente nos falte gente...es lo que tiene el viajar, que se conocen grandes personas independientemente de su tamaño... y es que aunque las cosas no hayan salido como esperábamos y no consiguiéramos trabajar en el Hobbit ni empezar nueva vida en Kiwilandia, incluso aunque finalmente tuviéramos que volver a nuestras rutinas de antes... lo haremos con esta mini vida de seis meses con nosotros y en nuestro recuerdo para siempre. 


jueves, febrero 17, 2011

La última etapa

“Cuántos días nos quedan?” Elena y Kike empezaban a descontar las últimas jornadas de su viaje por Nueva Zelanda… y en realidad, nosotros también ya que nuestro punto final era el mismo, Christchurch… la diferencia era que ellos ya tenían cerrado el vuelo de regreso y nosotros, una vez llegados a la capital de Canterbury, deberíamos afrontar la búsqueda de comprador/postor por nuestra furgoneta para, acto seguido, comprarnos el billete de ida a Australia lo más inmediato y barato posible. 
 
Así que por delante nos quedaba ya menos de una semana. En uno de los muchos folletos que acarreábamos, intuimos que el camping ubicado en Kinloch, podría resultar interesante… y acertamos de pleno. 
 
Por la única carretera que conduce a ese lugar, a 70 kilómetros de Queenstown, pudimos disfrutar de paisajes excepcionales, montañas con cumbres nevadas, el majestuoso lago Wakatipu… a la primera foto os remitimos, es una de nuestras preferidas, aunque tenemos que reconocer que la foto no le hace justicia al lugar, no es capaz de captar… mmm… cómo podríamos decirlo… ESO.

En realidad era uno de los campings menos equipados en los que habíamos estado, pero decidimos quedarnos 4 días. Ésta vez sí, teníamos comida suficiente y además, en un albergue cercano, podíamos comprar algunos productos básicos… además de carrot cake, uno de nuestros top ten.... Tuvimos rutas de senderismo; Kike preparó una hoguera cada noche, a pesar de que creemos que estaban prohibidas... y que curiosamente se le dan bastante bien; esquí-acuático; pesca (aunque la trucha que nos comimos fue donada por unos amables domingueros); las mesas del camping eran perfectas para nuestras partidas de Carcassone… sin embargo, lo que no tenía precio es descorrer las cortinas de la furgo cada mañana y ver ESE paisaje.

Pero pasaban los días y nos quedaban cosas por ver todavía. Así que dejamos Kinloch a nuestras espaldas, deshicimos el camino hasta Queenstown, y continuamos viaje hasta Dunedin de una tacada. Allí queríamos ver, sobretodo, pingüinos azules diminutos… y pasando frio esperamos, junto a medio centenar de turistas, para ver tan sólo a dos… Norman, el guarda, nos explicó que regresan a la playa cuando se pone el día, que a veces vienen 50, a veces 30, a veces… ninguno. No colgamos fotos porque ya era de noche y estaba prohibido hacerlas, un flash podía hacer que no volvieran más. Además vimos focas, albatros y un enfurecido océano Pacífico.





Y llegó la última etapa. Ruta: Dunedin - Christchurch.  Y tal como habíamos planeado esos días, nos hicimos una foto en el aeropuerto los 4 y Maribel para enviársela a Clive, el mecánico-mago  de Franz Josef, para que viera que conseguimos llegar a nuestro punto final.