lunes, marzo 07, 2011

Hablemos de Australia

Por qué nos gustó tanto Melbourne…mmmm… veníamos de un mundo de naturaleza infinita donde todo era verde y montañoso, y pasamos a todo lo contrario (casi cuatro millones de habitantes) pero progresando adecuadamente. Las ciudades de Nueva Zelanda no tienen nada especial, en general todas son insulsas y están construidas por y para los coches (salvando Wellington). Así que supongo que, sin darnos cuenta, había sed de city y caímos en Melbourne. Su centro neurálgico, coronado por Federation Square, está vivo, sientes que pasan cosas, lleno de gente de todo tipo y de todas partes del mundo. A un lado la estación de trenes, al otro la catedral, y al otro tres museos imponentes. Su río Yarra cuadrado por bellos paseos y pasarelas intermitentes le dan ese “touch” final que nos cautivó. Además, Melbourne está lleno de diseño, esculturas a la vuelta de cualquier esquina y arquitectura bonita, mezcla acertada de lo viejo con lo nuevo.
Sus ciudadanos van en tranvía, son cosmopolitas y nos atreveríamos a decir que guapos en general, bastante altos e inesperadamente “fashion”.Quizás St Kilda, un barrio popular por bohemio al lado de la playa de la ciudad, es la parte que más expectativas crea sin cumplirlas del todo… no como Bondi Beach, la súper playa de Sídney con increíbles piscinas construidas en la roca a cada lado y llena de buscadores de olas tabla de surf bajo el brazo corriendo al lado de los quads de los salvavidas. Las arenas por esta parte del mundo son de color de pan y las aguas están en general bastante revueltas, paraíso de surfers.
Sídney es diferente, da la sensación de ser mucho más grande, aunque no sea así. Su centro vital es gigante, plagado de rascacielos, tráfico y monorraíles a unos metros sobre nuestras cabezas.
 Quizás posee ese desorden de gran ciudad que la convierte en inabarcable y caótica. Pero no nos dimos por vencidos y nos la pateamos hasta donde nos dejó el cansancio. Entonces empezamos a descubrir rincones, callejuelas y barrios con magia como The Glebe, The Rocks, Woolloomoolloo (probablemente la única palabra en el mundo con ocho oes) o King Cross.
Sin embargo, tras diez días de urbe amanecimos un poco saturados y nos largamos al campo. Destino, Katoomba, pueblo al pie de las Blue Mountains o Montañas Azules dada la cantidad de eucaliptos que pueblan la zona cuyas hojas emiten unas partículas azuladas que inundan los fondos. Es un sitio muy popular donde vale la pena perderse durante unas horas por los senderos de sus bosques fluviales atiborrados de cascadas, escaleras, cuestas, miradores, puentes y escondrijos monopolizados por el musgo donde los árboles tienen pelos y la piedras son de peluche ¡je, je!.

Dieciséis horas después llegamos a Brisbane, nos hacemos viejos para meterle al cuerpo tanta caña en un autobús… habrá que hacerse rico para ir en avión a todos lados… hasta entonces bienvenidas seáis tortícolis y otras dolencias. En cualquier caso la capital de Queensland no tiene nada especial (no fotos), ciudad con rascacielos y río gordo recién desenterrada de las inundaciones de hace dos meses . La anécdota fue que comimos carne de canguro… ya que no pudimos ver ninguno ¡nos lo zampamos! (gracias naturaleza por ponernos en la cúspide de la cadena alimenticia). Y, a pesar de que en este país nos quedaron muuuuchas cosas por ver, nos fuimos, porque tenía que ser así… como reza la canción del Dúo Dinámico “el final del verano llegó y tú partirás…”; ¡pero volveremos!