Cuando nos aventuramos a subir la cumbre del Roy´s Peak no esperábamos que fuera a requerir tanto esfuerzo por parte de nuestros pulmones. A los 100 metros de altura ya contábamos con una panorámica espectacular del lago Wanaka y alrededores, sin embargo... ¡no podíamos rendirnos!!!!
A los 300 metros resultó haber más de lo mismo, a los 500... “¡uy! igual de bonito que antes” y así hasta que tomamos la decisión de dar la vuelta. La montaña pelada no nos aportaba lo mismo que los bosques élficos del norte y aún nos quedaba la mitad así que, a pesar de que ver ovejas pastando es apasionante, giramos sobre nuestros talones para bajar prácticamente corriendo... y nos fuimos al cine.
Ya hacía un par de días que habíamos cruzado los alpes neozelandeses, la travesía fue especialmente dura para Maribel que acababa de superar un importante jamacuco. Sin embargo, nosotros también sufríamos en cada cuesta arriba su bajada de revoluciones hasta casi quedarse parada. Justo cuando parecía que íbamos a tener que bajarnos a empujarla, sacaba fuerzas de flaqueza y llegaba hasta el final. Como compensación, nosotros aplaudíamos aliviados “¡bravo Maribel!”, jaleábamos “¡galopa, Maribel, galopa!”. Y así de manera inesperada llegamos a orillas del lago Wanaka, una maravilla natural que nos dejó sin palabras. Aguas cristalinas, turquesas, montañas imponentes, picos nevados, nubes de algodón aunaban fuerzas frente a nuestro silencio; sólo podíamos disfrutar del paisaje antes de que anocheciera. Pero como viene siendo un clásico en este país, a la mañana siguiente llovía gatos y perros (versión inglesa de “llovía a cántaros”) y tuvimos que salir por patas al camping civilizado más cercano desde donde planearíamos algunas excursiones como el ascenso al monte Roy.
La lluvia siempre es mala compañera de viaje, pero esta premisa se multiplica a la enésima potencia en Nueva Zelanda donde las atracciones turísticas más destacadas se encuentran al aire libre. Por eso nos fuimos al cine. Wanaka es a la vez un lago y un pueblo, y el pueblo tiene a su vez un cine que se llama Paradiso y que sirve galletas de jengibre recién horneadas en el descanso. No pudimos resistir la tentación de probar esas cookies y de sentarnos en la pequeña sala de proyecciones que era lo más parecido a un cajón desastre de sofás vintage, asientos de coche, butacas retro, sillones del año de la polca… y hasta un coche amarillo partido por la mitad! Sobre la película decir que fue un bodrio tipo comedieta romántica cargada de estereotipos. Lo importante en este caso era el continente, no el contenido.
A la mañana siguiente contiuamos rumbo a Queenstown. Dicen que esta es una ciudad por y para el turismo de aventura y es del todo cierto. Seguramente por eso se llama la “ciudad de la reina”, de todos es sabido que a Isabel II le mola tirarse de los puentes atada por los pies, ¡jeje! Aquí se puede hacer rafting, puenting, sky-diving, kayaking, shopping… y todos los –ings que se os ocurran tienen cabida en esta bonita ciudad alpina. Nuestra idea era no forzar a Maribel y contratar una excursión para ir a los fiordos de Milford Sound, “es uno de los lugares más bonitos de todo el país” nos habían dicho varias personas. Y no sé si es del todo cierta esta afirmación, pero el lugar claramente es una pasada, gigante, imponente, plagado de cascadas, vimos focas. A pesar de que tuvimos lluvia y niebla, el crucero hecho para turistas que tan poco nos gusta mereció la pena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario