Napier ha sido nuestra primera parada con Maribel (así hemos bautizado a nuestra casa móvil), la pequeñina no se ha portado del todo mal, aunque en las cuestas se duerme un poco en los laureles…
Como iba diciendo, Napier es una ciudad costera Art-decó muy interesante para todo aquel que guste de ese tipo de corriente artística, en caso de no gustar, resulta un tanto hortera. Sin embaaaargo, le salva la gran cantidad de hectáreas regadas de viñas que surten sus bodegas. Y a estas últimas nos fuimos de cabeza a degustar gratis chardonnays, cabernet-sauvignons, merlots y sirahs. ¿Qué por qué es gratis? Pues porque aquí no hay muchos españoles capaces de acabar con sus reservas en menos de una semana, jeje! Forma parte del carácter kiwi, no te roban, no te engañan, no te timan, tienen vino gratis… vamos, que cumplen con la tira de mandamientos. Personalmente, nos quedamos con los blancos más que nada porque aquí es casi verano, cuando el sol aprieta da gusto beber frío. Además aprovechamos para darnos un lujo extra ya que era el cumpleaños de Gabriele, nuestro compañero de viaje y amigo a la par que hijo adoptivo... cayeron un par de botellas de buen vino de la tierra, en parte gentileza de Maaike, una holandesa muy maja que se nos unió en el albergue. El día fue generoso y nos prestó un bonito atardecer.
La visita no dio para mucho más, en la oficina de información nos sugirieron ir a la fábrica de pieles de oveja donde una amable señora nos explicó todo el proceso desde que reciben las pieles hasta que el producto se pone a la venta. Son típicas las botas de piel de borreguito por dentro. Aquí todo el mundo tiene unas… pero reiteramos que es casi verano y no procede.
Y desde el mirador de la ciudad pudimos ver un atareado puerto lleno de troncos de árboles, algo bastante habitual en todas las ciudades dado que los kiwis construyen prácticamente todas sus casas a base de madera.
Nuestra primera noche dentro de Maribel fue diferente, aparcamos en un camping gratuito a la vera del Pacíficio y nos dormimos con el sonido del mar de fondo. Ya estamos prácticamente acostumbrados a esto de la casa móvil. Es muy divertido y Nueva Zelanda está plagado de gente como nosotros ya sea con cutre-furgos como la nuestra o con camiones rodantes que desde fuera al menos parecen verdaderas mansiones.
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